Falleció hoy Franco Battiato, icono de la música italiana desde los primero años setenta hasta el nuevo milenio.

 

Sonoridades pop, étnicas, líricas, electrónicas, vanguardistas. Sería difícil encasillar a Franco Battiato, imposible ponerlo dentro de un solo género.

 

Probablemente la forma más adecuada para etiquetarlo es llamándolo «artista», subrayando esta dimensión  atemporal tan característica de su creatividad. En la música así como en las incursiones en las artes pictóricas y cinematográficas.

 

En su gigantesca carrera ha sido capaz de entregar canciones inolvidables, que se han quedado como piedras millares en el imaginario popular italiano. Entre muchas otras, como olvidar “La cura”, Centro di gravità permanente, “Voglio vederti danzare”.

 

 

Después de todo, eso era Franco Battiato: un ávido investigador del arte y la espiritualidad, riguroso, coherente.

 

Un hombre que había elegido la música para lograr una meta más allá de la música.  No a caso el acto de composición era para él el más sublime e insustituible de los gestos humanos, el único capaz de elevarnos, de acercarnos a una verdad que Battiato ha perseguido a lo largo de toda su vida.

 

Una búsqueda que el final de sus días terrenales, tal vez, no se detendrá; si consideramos sus palabras: «La muerte no existe, es sólo transformación».