José Antonio Viera Gallo, ex Ministro y muy buen conocidor de la lengua italiana y de Italia, donde vivió exiliado varios años, recientemente publicó una nueva traducción de El Principe de Nicolás Maquiavelo. Hoy en www.vai.cl nos cuenta de qué manera el pensamiento de Maquiavelo, considerado el fundador de la ciencia política moderna, se acerca al contexto chileno actual. 

Buona Lettura!

 

El “estallido” me encontró preparando una nueva traducción de El Príncipe de Maquiavelo, y una presentación sobre su vigencia. Dejó aquí algunas reflexiones suscitadas por los acontecimientos actuales a la luz del pensamiento del florentino.

 

Vivimos un momento “maquiveliano”, es decir, una transición de época atravesada por interrogantes sobre la forma en que los ciudadanos piensan su participación en la política (ref. John Pocock, The Machiavelian Moment: Florentine Political Thougnt and the Atlantic. Princeton University Press 1975) . En una etapa especialmente compleja, cuesta desentrañar el significado de los procesos en curso, cuando los esquemas ideológicos nacidos en los siglos XVIII y XIX han mostrado su precariedad y tantas ilusiones se han revelado efímeras o equivocadas: para muchos la política ha dejado de ser una preocupación importante y algunos dirigen su mirada ansiosa y desencantada hacia el mercado, mientras otros plantean su insatisfacción sin un objetivo definido o sueñan con mundos imaginarios.

 

En ese cuadro se difunde el malestar y la impaciencia se apodera de los ánimos. No la esperanza de tiempos mejores. En estas circunstancias, se ha vuelto más difícil gobernar. Desde la recesión internacional del 2008, las manifestaciones masivas de protesta, especialmente de jóvenes, se han multiplicado. Ahora le toca a Chile, con una dimensión inédita de violencia.
¿Cómo no traer a colación a Maquiavelo cuando afirma que toda sociedad está atravesada por la tendencia de los poderosos a abusar de su autoridad y la del pueblo a defender sus derechos y libertades? De cómo se resuelva ese conflicto depende, según el florentino, la suerte de la sociedad: si hay mecanismos institucionales para encauzarlo, como en la antigua Roma, la libertad sale fortalecida; de lo contrario, como ocurría en Florencia, la república decae sumida en la inestabilidad.

 

Maquiavelo, quien reflexionó y escribió entre los siglos XV y XVI en plena ebullición del Renacimiento, mientras Florencia vivía sacudida por tumultos e Italia era escenario de guerras entre las potencias europeas emergentes, entrega instrumentos para comprender mejor la política tal cual es, una vez rasgado el velo del templo que suele cubrirla (ref. Pablo Simón, El Príncipe moderno: democracia, política y poder. Penguim Random House España 2018).

 

Maquiavelo termina con las representaciones que cubren con oropeles y teorías, pompas y justificaciones filosóficas o religiosas el uso del poder. También se diluyen las propuestas de sociedades perfectas, que comúnmente llamamos utópicas. De ahora en adelante pisaremos la dura e inescapable realidad. Pero no desaparecerá en su pluma la propuesta de un curso político para su tiempo.

 

Así como él intuyó que estaba naciendo un nuevo mundo que los historiadores han calificado como “moderno”, así también nosotros nos asomamos atónitos a un nuevo escenario.
Maquiavelo enseña que nada en la vida es para siempre, ni siquiera las formas del Estado. Las instituciones con el correr del tiempo tienden a decaer, así como las virtudes cívicas que hacen posible un vivere civile e libero. Por eso es importante renovarlas, volver a los principios originales que le dieron legitimidad. Si los males se dejan estar y los problemas no se enfrentan a tiempo, adquieren dimensiones de crisis.

 

Maquiavelo fue un claro partidario del régimen republicano y como tal su impacto llegó hasta América, influyendo directa o indirectamente en los procesos de independencia. Pero a diferencia de los líderes de la emancipación latinoamericana, él se inclinaba a favor de un sistema de gobierno donde el pueblo tuviera un rol más preponderante (ref. Gabriel Cid, Pensar la Revolución. Historia intelectual de la Independencia Chilena.Ediciones Universidad Diego Portales 2019).

 

 

Advertía que los valores de una república son mejor custodiados por el pueblo que por las elites. Sin embargo, no cayó en el fetiche de pensar que la voluntad popular fuera infalible y precavió sobre los peligros de un conductor político – un príncipe, decía – que pretendiendo refundar un Estado, luego se apoderara del poder en su propio beneficio. Confiaba más en el imperio de las leyes, salvo que éstas encubrieran los intereses particulares de los poderosos, como ocurría en Florencia. Digan lo que digan algunos de sus intérpretes, no fue un precursor del populismo. Al analizar la historia, Maquiavelo desconfía de las justificaciones de los políticos. La política no se mide por las intenciones de sus actores, sino por sus resultados. Nunca afirmó que el fin justificara los medios, pero sí que el éxito excusa con frecuencia los errores y abusos de los gobernantes. Es un juicio de realidad. No de mérito. ¿No lo vemos corroborado a diario en la política actual?

 

En política no basta con tener la razón. Hay que ingeniarse para realizar, aunque sea parcialmente, los objetivos planteados. Maquiavelo recurre a las figuras del león y el zorro, para señalar el papel de la fuerza y la astucia, Aquiles y Ulises (ref. Erica Benner, Esser volpe. Vita di Nicolo Machiavelli, Bompiani. Fierenze 2017)

 

Maquiavelo – luego de la trágica experiencia del fraile Girolamo Savonarola – desconfiaba de los “profetas desarmados”, que abundan en la historia de América Latina, aquéllos que piensan que, con la sola enunciación de una crítica social o un discurso encendido, la realidad se va a plegar a sus designios. A Savonarola no le faltaban argumentos y elocuencia. Quien visite la Piazza de la Signoria puede ver donde fue quemado junto a sus dos compañeros dominicos.

 

Se considera a Maquiavelo como el padre de la ciencia política por desconfiar de las utopías, de las repúblicas ideales que sólo existen en la mente de los filósofos, y prestar atención a los hechos políticos tan cual son. No para someterse a ellos, sino para poder incidir en su desarrollo. El gobernante, por regla general, debe optar entre bienes y males posibles y su decisión debe ser a favor del mal menor y el mayor bien, es decir, de lo preferible (nota del autor: Por lo general, nos movemos en ese ámbito ambiguo donde las decisiones políticas son opinables. Sólo en ocasiones excepcionales se presenta una disyuntiva nítida entre el bien y el mal y las persona, entonces, deben optar heroicamente aun a costa de su vida por un ideal superior, tal vez transitoriamente derrotado) ; como sostiene Maquiavelo en El Príncipe, “… hay tanta distancia entre la manera en que se vive y la que debería vivirse, que aquel que abandone lo que se hace por aquello que debería hacerse aprende antes a perderse que a conservarse…”.

 

Sin embargo, Maquiavelo fue partidario de los políticos decididos y audaces (ref. Michele Ciliberto, Nicolo Machiavelli. Ragione e pazzia. Editori Laterza, Bari 2019). No de los vacilantes y timoratos. El Príncipe debe actuar “… siguiendo el ejemplo de los buenos arqueros que, conociendo el alcance de sus arcos, si el objetivo a alcanzar les parece muy lejano, fijan su mira en un punto mucho más alto que el objetivo perseguido, no para que su flecha alcance tal altura sino para poder, con ayuda de una mira tan elevada, alcanzar el punto designado…” (El Príncipe, cap. VI). Lo que no excluye un análisis frío de las circunstancias en que el político debe actuar.

 

 

Maquiavelo considera que todo poder es limitado, sea por la ley y las instituciones, sea por el juego de influencias e intereses o por la fortuna con su carga de acontecimientos imprevisibles. Una gobernante absolutista cava su propia tumba. El gobernante debe siempre prepararse para los tiempos de crisis. Llama Maquiavelo “fortuna” a todo aquello que el político no domina. Su suerte depende, en gran medida, de su capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias y no aferrarse a escenarios que han perdido vigencia.

 

No fuimos capaces de actuar a tiempo frente a los síntomas de decadencia de la política entre nosotros. Nadie puede tirar la primera piedra. El desafío está en crear un nuevo cauce para que las aspiraciones populares puedan abrir paso a la renovación de nuestra democracia, asumiendo los conflictos y señalando un camino que haga posible que la rabia se transforme en esperanza y la agresividad destructiva desaparezca de nuestras calles y plazas. El desenlace de esta crisis marcara a Chile por un largo período (ref.: Alberto Asor Rosa, Machiavelli e l´Italia. Resoconto di una disfatta. Einaudi, Torino 2019) .

 

Recomiendo volver a Maquiavelo.

 

José Antonio Viera Gallo