Hace un mes escribimos que Italia volvía a soñar tras el debut en la Eurocopa.

 

Hoy la selección Azzurra amaneció Campeona de Europa. Algo que no sucedía desde hace 53 años y que apenas treinta días atrás parecía nada más que una hermosa ilusión.

 

Porque una cosa era repetir que este equipo representa el renacimiento del fútbol italiano tras el desastre de la no clasificación al mundial de Rusia; otra era imaginar que un grupo tan joven pudiese alcanzar al primer intento una copa que faltaba desde hace más de cinco décadas.   

 

 

Sin embargo, como ayer contaron muchos de los protagonistas de la hazaña en Wembley, desde el primer día en el aire se respiraba algo distinto, maravilloso y mágico.

 

Nuevas caras, nuevos talentos, nuevas ganas, nuevas ideas. Y un grupo que supo emocionar desde el principio.

 

Con un juego entretenido y moderno por un lado, pero a la vez con el tradicional esfuerzo colectivo. Porque la selección italiana, hasta cuando estuvo repleta de estrellas mundialmente conocidas, nunca logró sus objetivos a través de las individualidades: la copa levantada anoche en Londres lo confirma.

 

 

De esta Eurocopa magnífica quedan decenas de postales bellísimas. Los hinchas cantando el himno en Roma, el espectacular gol de Insigne contra Bélgica, las carreras impetuosas de Federico Chiesa, las sonrisas de Giorgio Chiellini y el brinco final de Donnarrumma que nos dio la victoria. Demasiadas para recordarlas todas, aunque dos en particular nos quedaron en el corazón.

 

Desde la cancha, anoche, la tranquilidad y la elegancia de Roberto Mancini hablando a sus muchachos antes de los penales. “Fue él único que hace tres años creía en esta locura” contaron los jugadores italianos hablando del entrenador. Y efectivamente Mancini con su gestión inteligente y equilibrada ha sido clave para el triunfo.

 

 

Y en las gradas la felicidad del Presidente de la República Sergio Mattarella que, emulando su predecesor Pertini en 1982 durante la final mundial, celebra con los brazos al cielo.

 

Una imagen que, como suele suceder en el deporte, hace que el triunfo desborde los límites de la cancha y se vuelva, después de en un momento tan complejo para el País, un empujón anímico para mirar al futuro con más confianza y esperanza.