Publicamos un esperanzador cuento navideño de Nello Gargiulo, representante de Chile en el Consejo de los Italianos en en Exterior (C.G.I.E.). En “El intruso” es el virus quien nos habla, mostrándonos como la unión solidaria entre los seres humanos sea el verdadero hito a destacar de la lucha al Covid-19.
EL INTRUSO
He vivido por largo tiempo al aire libre, refugiándome en árboles frondosos o desplazádome en las sedosas plumas de los pájaros viajeros que recorren agitados mares e impetuosas montañas.
Soy muy pequeño. No tengo grandes pretensiones ni para alojarme ni para comer. Por largos años no he molestado a nadie, aunque en el último tiempo la idea de pensar cómo generar una cuantiosa descendencia me tiene entusiasmado.
Toda especie está hecha para reproducirse y prolongarse en el tiempo. Yo he podido advertir el peligro de reducirme, de desaparecer. He podido entender que los ambiente fríos y los desplazamientos que había usado no me jugaban a favor. Por lo mismo, decidí migrar hacia un ambiente más adecuado.
Junto con lo anterior, hay un deseo que me venía dando vueltas hacía un tiempo: escudriñar en la vida del hombre y obtener respuestas a tantos males que veo en la humanidad y que el hombre mismo con sus comportamientos provoca. Veo en las guerras, en las injusticias, en el ansia exacerbada de poder y en los dominios globalizados las causas que alimentan los peligros de la subsistencia futura de la humanidad entera.
Este desasosiego me llevó un día a dar el salto y me mudé al interior del hombre.
Las experiencias que he vivido hasta ahora me han permitido advertir que en ambientes cerrados y con buenas temperaturas las probabilidades de proyectarme en una prole abundante —y con esto asegurar mi presencia hasta los más apartados rincones del mundo— son altas.
Hace un año aproximadamente que llevo viviendo así. Aunque debo decir que todo comenzó en una ciudad en la que ya me conocían porque me venían siguiendo la pista y tenían el mismo interés que yo respecto de saber cómo podía ser mi convivencia con los organismos humanos. Admito que no tengo el don de la palabra pero sé que cuando llego a un lugar no paso inadvertido.
Mi intención no era hacer ningún daño material solo quería y lo repito, que todos me conocieran y me permitieran un espacio en sus vidas. La convivencia pacífica que yo suponía declinó en favor del imprevisto y a partir de entonces se ha desatado una verdadera guerra mundial en mi contra, guerra que parece estoy perdiendo.
En todo caso, hay que reconocer que he ganado varios trofeos en estas batallas, pero entiendo que lo más probable es que no llegue a levantar la antorcha en las próximas olimpiadas. Mi derrota parece una cuestión de tiempo.
De cualquier modo, seré parte de un capítulo de la historia moderna porque más allá de mis previsiones he logrado detener el mundo y confío que esa sola acción contribuya a contener algunas locuras como las guerras y a evitar que se sigan explotando de una manera indiscriminada los recursos de la naturaleza, los mismos que por tanto tiempo se habían hecho cargo de mi de una manera discreta en medio de una convivencia pacífica.
Hoy, yo mismo no comprendo qué hacer. El mundo a causa mía se ha confundido. He perdido el control al punto que solo cerrándome las puertas de las casas y tapándose las bocas me vuelven a exponer al frío de las calles y al rocío de las mañanas que barniza las ramas de los árboles y las hojas de las plantas.
Sé que provoco dolor y que dejo con afanoso respiro a mucha gente que también han tenido conductas de vida muy honradas. Vuelvo a repetir: ¡¡¡No sé qué hacer¡¡¡ He perdido el control y además no veo que hayan sabido controlar mis excesos.
La vacuna que están comenzando a probar en mi contra debe medirse con la fuerza de mi capacidad de multiplicarme. Yo también me merezco pagar la cuenta porque no he logrado medir mi fuerza invasora. Espero que la guerra que ahora pierdo —si es que la pierdo— abra paso a los que ocurre después de todas las grandes guerras: un largo periodo de paz para la humanidad.
Quizá una de las pocas alegrías que observo es la unión de todos en la coalición más grande de la historia, al punto que las cruzadas parecen juegos de niños. Qué importa que se unan en contra mía. He sido un intruso y ni siquiera he hecho distingos entre una religión u otra. A todos, transversalmente, les he incubado un mismo sentimiento: el miedo. Tal vez si todos en esta Navidad pronunciasen la palabra Paz y fuesen valientes podrían vencerme mucho antes de lo que imaginan.
Nello Gargiulo
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octubre 6, 2022