por Guadalupe Echeverría y Attilio Rigotti (Centro de Nutrición Molecular y Enfermedades Crónicas Departamento de Nutrición, Diabetes y Metabolismo Escuela de Medicina – Pontificia Universidad Católica de Chile)

 

Durante este mes, se cumple una década desde que la UNESCO declaró a la dieta mediterránea como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en respuesta a la propuesta de Italia y otros países de la cuenca del Mediterráneo (16 de noviembre de 2010; https://ich.unesco.org/es/RL/la-dieta-mediterranea-00884).

 

 

Es importante destacar que esta declaración no se centra exclusivamente en las propiedades beneficiosas de este patrón de alimentación para la salud humana reconocidas desde hace más de medio siglo. También destaca otros aspectos asociados con la agricultura, ganadería y pesca locales así como las tradiciones relacionadas con la preparación, ingesta moderada y el contexto y valor familiar y social del consumo de alimentos. De esta forma, tiene mucho sentido revitalizar el concepto original de la palabra dieta derivada del griego y que significa “estilo de vida”. Por lo tanto, la dieta mediterránea es mucho más que sus alimentos y platos característicos y refleja más profundamente un “modus vivendi” o forma de vida que promueve integralmente el bienestar físico, psicológico, social y cultural de los habitantes de la Cuenca del Mediterráneo.

 

Este aniversario ha generado ceremonias y eventos de celebración a nivel mundial. Creemos que en Chile también debemos sentirnos parte de estas celebraciones y conmemorar este aniversario ya que la región central de Chile corresponde a uno de los ecosistemas mediterráneos del mundo, cuya producción agropecuaria y pesquera, disponibilidad de alimentos, estilo culinario tradicional y platos típicos muestran similaridades significativas con los países mediterráneos.

 

 

Sin embargo, estudios recientes indican una baja adherencia a este patrón dietario en distintos segmentos de nuestra población. Por lo tanto, Chile presenta grandes oportunidades y ofrece una enorme potencial para incrementar el consumo de alimentos característicos de una dieta mediterránea adaptada gastronómica y culturalmente a nuestro país.

 

Mediante el desarrollo de más investigación propia, así como el diseño y la implementación de políticas públicas adecuadas, nuestro país podría acrecentar su producción de alimentos mediterráneos destinados al consumo local. Así, la población chilena dispondría de alimentos de mayor calidad nutricional que promuevan la salud y atenúen la tasa creciente de enfermedades crónicas a nivel nacional.